El papel de las fantasías

El presente artículo intenta abordar el concepto de fantasía y su función de eje analítico.

Es habitual que en psicoanálisis nombremos la palabra “fantasía” y por añadidura suene aquella otra que Lacan estudiara: “Fantasma”.
La fantasía y el fantasma pueden ser, a los fines prácticos, pensados en términos de dependencia: existiría una gran estructura psíquica inconsciente (el fantasma) del que dependerían a modo de retoños o derivados, las fantasías.

Del fantasma, entonces, podríamos decir que consiste en una especie de guión inconsciente, compuesto por una distribución específica de roles, uno de los cuales corresponde al sujeto en cuestión.
Podemos decir que este fantasma, este guión, es puesto en marcha cuando el día empieza, como si fuese una película inconsciente, un film al que se le da “play” al despertar, todos los días, toda la vida.
Las personas que ocupan esos papeles en nuestra vida van cambiando, sin embargo los roles son siempre los mismos.
Esto explica que, por ejemplo, existan quienes se quejan de que siempre eligen como pareja personas que tienen los mismos rasgos de personalidad.

Freud decía que en la vida nos encontramos con personas que ya existen en nuestro inconsciente, es decir, existiría una especie de molde vacío, específico, con características claras y definidas, que vendría a ser llenado por quien ocupe, para cada quien, el lugar de pareja, por ejemplo.
De este modo, una mujer podría quejarse de terminar siempre con hombres violentos, o un varón de elegir siempre mujeres a las que luego abandonará.

La psicoanalista Silvia Amigo nos dice que este fantasma es como un cuadro, que colocado delante de una ventana, contiene la pintura del paisaje exterior. Esa exterioridad sería la realidad, algo a lo que nunca accedemos ya que solo entramos en contacto con el cuadro que nos filtra lo que vemos, para cada quien de un modo diverso.
Lo particular, es que ese cuadro interno que llamamos fantasma, lejos de estar compuesto por colores y formas, esta hecho de palabras: de amor, de odio.
Podríamos animarnos a decir que este fantasma sería una especie de fórmula lingüística exacta que define qué es el amor para cada quien, y es respecto del amor en sí, que distribuye roles y papeles, cual reparto de cine.

Sabemos que la infancia se distingue por una pregunta, un interrogante respecto del deseo del otro que toma la siguiente forma: ¿Qué tengo que hacer para ser querido? ¿Qué es lo que el otro (padre, madre, abuelo) espera de mi? ¿Qué debo hacer para ser reconocido?
Es en función del vínculo con sus padres que el niño se responderá está pregunta y la respuesta obtenida sera fijada para siempre como fórmula de amor, he allí el fantasma.

Siempre con el riesgo de caer en el exceso de las simplificaciones, podríamos ejemplificar lo anterior diciendo que quien es criado en el contexto de un vínculo de sometimiento, podría luego buscar como pareja alguien respecto de quien someterse, incluso bajo la forma de la violencia.
Este fenómeno es la consecuencia de que el amor no es una esencia, o algo puro con lo que se nace, sino más bien una fórmula de lazo con el otro que se moldea mientras crecemos en relación al modo en que nos han tratado siendo niños. Por eso, sería un error decir que allí donde hay violencia, sometimiento o crueldad no hay amor, más bien podríamos hablar de formas insanas de amar, que por lo general, una vez reconocidas, no son motivo suficiente para el sostenimiento de una relación, ya que como diría Calamaro, no se puede vivir del amor.

Por eso mismo, es que se ha dicho que la tarea del psicoanálisis es poder atravesar el fantasma, es decir, poder ir más allá de aquello que de manera inconsciente nos determina, para poder al fin, empezar a elegir.

Dependientes de esta estructura vincular inconsciente que llamamos fantasma, surgen pequeños retoños o derivados que serían, dicho de modo cinematográfico, las escenas secundarias de una película, esas conversaciones entre personajes que podrían no estar y aún así no alterarse el contenido del film, pero que sin embargo, al ser analizadas contienen el germen o la esencia del tema que la película aborda.
Ese es el papel que juegan las fantasías inconscientes y por esa estricta dependencia respecto del fantasma, es que existen fantasías masculinas, femeninas, obsesivas, histéricas…
El punto que me interesa abordar aquí es el siguiente: creo que el fantasma solo es abordable mediante el análisis de sus fantasías derivadas, nunca en si mismo.

Existe una coordenada habitual en el análisis de algunas pacientes mujeres, respecto de una fantasía que surge en los momentos en que es necesario elaborar el duelo con respecto a una pareja que ya no funciona. Se trata de una particular forma de comunicación que es el silencio, es decir, la elección de no decir como una forma de dejar abierta la puerta a la imaginación de lo que el otro pudiera responder, sosteniendo de ese modo un vínculo imaginario que poco coincide con la realidad. Sería algo así como callar para poder hacerse la película.
Esto implica que frente a la necesidad de hablar para preguntar, aclarar o saber los motivos de alguna cuestión del otro que incomoda, por ejemplo vinculada a la crianza de los niños, se elija el silencio como modo de sostener la ilusión de que el otro esta comportándose de ese modo, cualquiera sea, como una forma de llamar la atención, de seducir, de convocar al vínculo.

Como consecuencia, observamos que un acto determinado (llamar y preguntar, por ejemplo) es reemplazado por otro acto: el silencio. Es en ese intervalo donde podemos suponer y en consecuencia investigar la presencia de una fantasía que ocupa el pensamiento de modo improductivo e impide el crecimiento personal al favorecer el sostenimiento de vínculos imaginarios que es necesario analizar.
Ese es el terreno fértil donde las fantasías se esconden: aquellas escenas en las que un acto (en este caso elegir callar) sustituye a otro.
Podríamos incluso preguntarnos si la condición de todas aquellas conductas que se definen como timidez no son, justamente, la consecuencia de elegir reemplazar un vínculo real por uno imaginario, una realidad ficticia que permite un modo de satisfacción autoerotica en el pensamiento, evitando el contacto con la realidad.
De este modo, es habitual que los efectos de un análisis impliquen en el paciente un cambio que los demás interpretan como confrontación, pero que no es más que la sustitución de vínculos imaginarios por vínculos reales, poniendo en movimiento la dialéctica de las relaciones en el punto justo en que la fantasía las detenía.

Volviendo entonces al comienzo, si el fantasma y la fantasía son la internacionalización de guiones afectivos aprehendidos en la infancia, poder detectar los modos en que se actualizan en los vínculos cotidianos es parte del camino hacia la cura.

6 comentarios en “El papel de las fantasías”

  1. ¿Podría decirse entonces que el psicoanálisis, pensado como un dispositivo que apunta a atravesar el fantasma, dirigiéndose a localizar la posición subjetiva de goce del paciente, sería una especie de guía para comprender por qué elegimos tal o cual paleta de colores (palabras ,modos de relacionarnos con los otros, fantasias, etc) al pintar, o bien de comenzar a pensar quién de alguna manera nos ha provisto de estos colores que hemos tomado inconscientemente como propios ; sería también (el psicoanalisis) una manera de ofrecer una gama y una perspectiva diferentes para “volver a pintar el cuadro”, aunque sobre el mismo lienzo: una oportunidad de “cambiar el paisaje”?

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  2. Si entendemos al fantasma en los término de Silvia Amigo, y al psicoanálisis con el objetivo de atravesar ese fantasma y localizar así la posición subjetiva de goce del sujeto en análisis, se puede pensar entonces al dispositivo analítico como una especie de agente que ayuda a develar lo que en ese cuadro se encuentra velado, mediante la búsqueda de una respuesta a esa pregunta que en primera instancia, es la respuesta que sostiene el cuadro y a partir de la cual (respuesta) se estructuran inconscientemente todas las relaciones del sujeto.

    Y para continuar con la analogía del cuadro, y pensando en los colores y las formas del mismo, como palabras, como una fórmula lingüística, podemos pensar entonces al pincel con que ese cuadro es pintado, como la respuesta a LA pregunta (que bien podría ser el lienzo) desde la que el mismo se origina y al psicoanálisis como quien vendría a ayudar al paciente a “encontrar” ese pincel “perdido” en el inconsciente y a ofrecer al autor del cuadro la “construcción” de un nuevo pincel con el cual pintar una nueva obra sobre un lienzo, que ira siendo despojado (conforme avance el análisis) progresivamente de sus antiguos colores y formas.

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