No hay buenos analistas. L. Lutereau.

El análisis es una experiencia parecida al windsurf. En el inicio del tratamiento el
analista se esfuerza por alzar la vela y, una vez que el viento empuja, empieza a hacer una fuerza contraria y contrapeso. Por eso no hay buenos analistas o, mejor dicho, no hay analista que no resista al tratamiento.

El análisis es una experiencia contra el analista, a pesar suyo; y si no hay buenos analistas, sí están los peores: los que no piensan sus resistencias a ese análisis. En este sentido cobra un nuevo valor para mí la noción de contratransferencia.

César Aira dijo una vez que toda contratapa es una “tapa en contra”. Ese es el sentido legítimo de la contratransferencia: la transferencia en contra del análisis, cuando el analistan no piensa el modo en que el síntoma del paciente sólo fue reconocido y analizable gracias a la posición sintomática con que practica el psicoanálisis.

Quisiera explicar esto con una situación de una supervisión. Un colega me cuenta el obstáculo en el tratamiento de un hombre que, durante un buen tiempo, habla de sus dificultades con el dinero. Le cuesta pagar, calcula todos los gastos, es visto por su entorno como avaro y mezquino. Él dice que los demás sólo quieren sacarle plata. He aquí lo que lo
trae al tratamiento.

Después de un tiempo hablando de estas cuestiones, ocurre que el paciente falta a
sesión. Esta es una situación que siempre es interesante. Podría decirse que el paciente es siempre quien llega a sesión, pero lo cierto es que, una vez que se cumple el horario y el paciente no llegó, quien queda en posición de espera es el analista y ahí es donde aparece su síntoma, inevitablemente. Se encuentra, por ejemplo, ante el conflicto de llamar a su paciente, o no; y una decisión debe tomar, incluso cuando no decidir es decidir también.

En el caso mencionado, ante la ausencia del paciente, a los quince minutos de espera, el analista llama a su paciente. Éste le comenta que se olvidó de la sesión. Entonces, el analista le dice que lo verá la semana siguiente en su horario y le anticipa que le cobrará igualmente la sesión pendiente. En este punto, el paciente se enoja, arguye que le parece injusto y, a la semana siguiente, llega en su horario, abona la sesión pasada y la del día y anuncia que no volverá más. Por este motivo es que el colega solicitó la supervisión.

Diferentes preguntas surgen a partir de esta secuencia. ¿Por qué el analista le pidió el pago de la sesión pendiente? ¿Por una cuestión de protocolo? Sin duda esta sería una justificación, lo cierto es que la cuestión es otra: mi colega cuenta que se sintió molesto, degradado en su trabajo por el olvido del paciente, incluso por partida doble porque no sólo
se encontró en la situación de espera sino porque, además, muy campante el paciente le dijo que se había olvidado; cuenta que pensó que no quería que el paciente “se la llevara de arriba”. Es interesante cómo, de este modo, a partir del conflicto que la espera produjo, el
analista pasó a sentirse como un objeto despreciado, digamos, una mierda y, para evitar ese efecto, reaccionó agresivamente, porque no otra cosa es el pedido de pago de honorarios de una forma tan extemporánea. Si la fantasía del paciente era que los demás le sacaran la plata, la del analista era una réplica contraria: que lo despojen como algo sin valor. Así, en un análisis, siempre se juntan el hambre y las ganas de comer. El analista y su paciente, muchas veces no son más que un roto y un descosido.
Ahora bien, fue gracias a ese síntoma en el analista (la resolución agresiva de su
fantasía de menosprecio) que se pudo poner de manifiesto el síntoma del paciente; fue gracias a ese síntoma en el analista que eso de lo que el paciente venía hablando pudo ponerse sobre el tapete en la relación con el analista.

Dicho de otra manera, el analista
sintomatizado es condición del análisis, pero no para que justamente se quede tomado por su síntoma, sino para que pueda utilizarlo analíticamente.
Por eso es tan importante el análisis del analista. Si la condición de analizado es un paso necesario (no suficiente, por cierto) para la posición de analista, no es porque a través de su análisis el analista se haya vuelto un superhombre, alguien sin problemas, un ser ejemplar, sino porque dispone de su síntoma para otra cosa más que para sufrir.
Es por esta vía que un analista ayuda a su paciente, no porque le diga qué hacer, ni porque sea un ser ajeno al padecimiento, que lo pueda evaluar objetivamente; todo lo contrario, es debido a su comunidad con el sufrimiento de su paciente, al punto de que lo padece en su propio cuerpo, que un analista responde para que el análisis permita que surja algo diferente a la repetición y la fantasía.

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