Sobre el Bullyng

En esta oportunidad, una mirada psicoanalítica sobre el bullying.

En las raices del vocablo “bullying” encontramos que habría sido importado del inglés como un término que alude a quien usa la fuerza o el poder para herir o amedrentar a otro, actuando tal como lo haría un “bull”, un toro. Se trata entonces de un fenómeno vincular que arremete con la bestialidad como modo.

A primera vista podríamos creer que sólo se trataría de la exacerbación de algo que, con sus matices, habría ocurrido en todos los tiempos; sin embargo, la certeza de que culturalmente estamos asistiendo a un cambio en la familia y en los modos de subjetivación de la niñez, nos permite pensar la cuestión en términos más profundos.

Es habitual que el fenómeno del bullyng ocurra en el contexto de un cerco de silencio, que desde quien lo sufre se encuentra motivado por la culpa de creer que por alguna cuestión que aún no entiende, algo en si mismo es tan malo como para merecer tal castigo. Este es quizá uno de los aspectos más dolorosos de esta modalidad de sufrimiento y que comparte aspectos de otras formas de violencia ejercidas sobre los niños (abuso sexual, violencia parental) en tanto el psiquismo aún en desarrollo y la influencia de la culpa como instancia constitutiva, no les permite comprender que aquello por lo que sufren tiene que ver con una causa que los excede.

De esta manera, los niños se confunden con respecto al lugar que ocupan frente al otro, desconocimiento constitutivo de la posición infantil y que sobre la base de una búsqueda de amor los coloca en una situación de extrema vulnerabilidad a un sometimiento que puede darse de distintos modos.

Esta profunda desprotección ocurre entonces en pleno desconocimiento de que la sociedad es quien debiera garantizarles cuidado. El niño emperador de nuestro tiempo tiene derechos que antes no tenía y se lo acusa de excederse en el ejercicio de los mismos pero sin embargo no conoce por estructura cuáles son aquellos que no debieran nunca vulnerarse.

Según Freud, las cuestiones vinculadas a la construcción de la moral contribuyen al desarrollo de la cultura ya que el sentimiento de culpa promueve la inhibición de los impulsos primarios que habitualmente consisten en obtener placer, incluso a expensas del otro. Sin embargo, estos aspectos vinculados esencialmente a la elaboración de lo necesario para vivir en sociedad sin matarse, no son parte de la genética humana y como tales dependen para su gestación de ciertas condiciones precisas de producción, en una fábrica de humanos altamente compleja y cambiante llamada “familia”.

Desde el psicoanálisis, sabemos que tras un período claramente definitorio de la subjetividad que se daría entre los 0 y los 5/6 años, sobreviene, si nada ha fallado, aquello que Freud llamó “diques morales” y que hace referencia justamente a la aparición en el niño del pudor, la moral, la vergüenza y el asco como así también la desaparición concomitante de la crueldad. Este avance que claramente dota al niño de credenciales válidas para el lazo social, bien podría no darse y dejar al niño en cuestión a expensas de un modo de vínculo donde el otro funciona como soporte de los impulsos bajo una relación que toma la forma del “usar para calmar”, una especie de “otro narcotizado” que ya en la infancia puede existir no siendo más que el simple vehículo hacia la descarga de tensiones no resueltas de otros modos más elaborados.

De este modo, el bullying es la consecuencia de una modalidad infantil que se atreve a entrar en la subjetividad del otro sin reconocer límites. En este punto es interesante pensar cómo ciertos significantes que socialmente circulan contribuyen a construir sentidos compartidos: “Red Bull te da alas” dice el conocido eslogan de una bebida energética que promete poder usar un cuerpo siempre disponible más allá del cansancio.  De este modo retorna aquí un significado que culturalmente se fortalece y hace referencia a que bajo ciertas formas de ser y estar en el mundo, esencialmente vinculadas al consumo y el placer sin corte, el otro no funciona como un límite ante los propios impulsos, en este caso, ante los impulsos del bull- yng.

Este es sólo uno de los aspectos vinculados al modo en que se dispone del otro en favor del placer propio y sería excesivo desarrollar aquí las condiciones de su gestación, sin embargo, podemos decir que esos pilares de la constitución subjetiva llamados función materna y paterna, serían el soporte que define que la cuestión transite hacia un lado u otro, ya que esencialmente todo dependerá de los recursos psicológicos que una familia construye en su hijo en relación a poder aceptar lo distinto, soportar la otredad, reconocer que el deseo está inevitablemente condicionado por pautas que provienen de otros.

Podemos comprender entonces que el ser humano no sólo nace sin poder caminar o valerse de sus propios alimentos sino también muy desorientado en sentido psíquico y para dilucidar hacia donde ir requerirá, idealmente, de la presencia estable y sólida de personas que ocupando los roles materno y paterno pueden darle amor, pero también mostrarle que se aman en un contexto de consignas y hábitos claros y ordenados.

En el bullying, la falla en la construcción de la autoestima y del otro como alguien a quien se debe cuidar y respetar, se evidencia tanto para el niño que hostiga como para el que es acosado. El primado de lo impulsivo sin mediación de la palabra es entonces un efecto del desfallecimiento progresivo de la función de autoridad de los padres de nuestro tiempo. Asistimos a una versión social del padre desautorizado, que no se autoriza a si mismo pero tampoco lo hace el discurso social al confundir la ley con la censura, la autoridad con el autoritarismo. Dicho de otro modo, la autoridad de un padre se constituye en la medida en que su hijo reconoce su palabra por admirar su saber y no por temer su golpe.

Esta profunda desorientación retorna bajo la premisa de que la libertad es la ausencia absoluta de ley, y como diría Lacan, “si nada está prohibido todo se vuelve obligatorio”.

Dicho esto, sería ingenuo considerar la problemática del bullying de modo aislado de otras manifestaciones que tienen un sentido similar ¿qué modo de autoridad se ejerce desde las instituciones si una madre puede pegarle a un docente por haber desaprobado a su hijo, si un padre puede golpear a otro niño que antes golpeó al suyo? Teniendo en cuenta entonces que la dinámica del bullying no responde a un conflicto localizado sino más bien a una falla sistémica ¿de qué modo abordarlo? ¿Cómo pensarlo sin recaer en la búsqueda de la fórmula que ejecutando sin pensar nos lleve a la solución? ¿No es ésta la forma en que el sujeto de nuestro tiempo aborda el conflicto, buscando la receta que en el menor tiempo posible y sin “enroscarse” demasiado le permita pasar a otra cosa?

La complejidad que esta conflictiva comporta en la actualidad nos enfrenta con la pregunta por la responsabilidad que nos cabe a los adultos. Si los niños son los toros, que nosotros no vayamos por delante con el manto rojo.

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