El cansancio del analista. L. Lutereau

Hay una particularidad en la práctica del psicoanálisis. Quienes nos dedicamos a este
oficio trabajamos muchas horas, e incluso participamos de espacios para seguir hablando de psicoanálisis, cuando ya los demás (¿las personas normales?) están en sus casas: un martes a la noche, un sábado a la tarde, etc.

Nunca conocí a un abogado que se reuniese con un grupo de abogados, una noche en la semana, de manera regular, después de trabajar todo el día, para hablar de juicios. Tampoco a un ingeniero que dejase de ir a jugar al fútbol en el fin de semana, para reunirse con colegas y hablar de planos. Es bien extraña, entonces, la pasión que alimenta a los psicoanalistas.

Por eso dije que se trata de un “oficio”. En el sentido más llano de la palabra, un tipo
de “hacer” que no se reduce a una técnica, a la aplicación de un procedimiento. Además
ocurre que a los analistas nos encanta hablar de nuestra práctica; es algo que comprobé en
reuniones sociales: los que se dedican a otra cosa, en esos momentos descansan de hablar
de trabajo, mientras que los psicoanalistas terminamos hablando de psicoanálisis siempre
que sea posible. No sólo armamos grupos de estudio, seminarios y talleres clínicos en los
horarios más extraordinarios, sino que hablamos de psicoanálisis en cualquier coyuntura.
De este modo, es como si los psicoanalistas fuésemos personas poseídas por el
psicoanálisis, algo que al común de los mortales a veces puede llegar a molestarles.

Estas observaciones no son más que una forma sencilla de indicar el deseo que mueve
a quienes se dedican a esta tarea. No habría manera de dedicarse a esta práctica sin esta
cuota de entusiasmo, que a veces se parece incluso al sacrificio. En mi familia, a veces me
preguntan: ¿es necesario que des clases los sábados? ¿Vas a atender un viernes a la noche?
¿A qué hora terminás hoy? ¡No puede ser que a las 23.00! Y, la verdad, si es cierto que no
es necesario, lo que no está prohibido puede volverse obligatorio (como le gustaba decir a
Lacan); dicho de otra forma, se practica el psicoanálisis con cierto dejo de obligación que
hace que algunos hayan pensado que sólo cierto masoquismo es lo que hace alguien quiera
dedicarse a estar sentado en un sillón durante horas.

Ahora bien, si no es por masoquismo ni por el goce histérico de escuchar vidas ajenas,
por regodearse en los chismes de otros, ¿qué sostiene al analista en el sillón durante tanto
tiempo? En mi caso creo que no me habría dedicado al psicoanálisis si no hubiese llevado
en mí las huellas de un análisis temprano (en la infancia), cuyo recuerdo me decidió a
estudiar psicología; y luego el análisis que, como adolescente, con varios años, me hizo
dejar de ser un lector compulsivo para empezar a escribir y, finalmente, pasar a trabajar
como editor, es decir, a leer de otra forma que no fuese vorazmente, en fin, a recortar
textos, puntuarlos y otras tareas que, para mí, son idénticas a escuchar.

En este punto, cada analista tiene motivos diferentes para dar cuenta del deseo que lo llevó al psicoanálisis, y que aún lo empuja a seguir trabajando; para ubicar estas coordenadas está el análisis del analista.

No obstante, más allá del deseo que a cada analista lo sostiene en su práctica, quisiera
destacar que dedicarse a un oficio por deseo tiene un costo que, a veces, puede ser grande.
A diferencia de quien trabaja una cantidad de horas por un sueldo fijo (a cambio también de que le roben la plusvalía) y se queja del cansancio que les produce su empleo, quienes
trabajan por deseo pueden llegar a trabajar más horas que un oficinista y, sin embargo,
tener una relación más ambigua con el cansancio. Por ejemplo, me refiero a algo que varios
colegas me han dicho: después de trabajar más de diez horas, cuando despiden al último
paciente, les baja un cansancio al cuerpo que los deja rendidos. Ahora bien, ¿dónde estuvo
ese cansancio antes? Acaso, ¿no se cansan los analistas?

No creo que puedan darse respuestas universales sobre esta cuestión, pero sí hay ciertas
generalidades. También en estos años escuché a varios colegas comentar que, si un día
estaban preocupados por algo, al empezar a atender se les pasó; también hay otros que me
comentaban que, hacia las últimas horas del día, cuando el cansancio se empezaba a sentir,
tuvieron intervenciones más lúcidas, trabajaron mejor, como si cierta fatiga fuera solidaria
de salirse un poco más de uno mismo para estar entre las palabras que dice el paciente. Por
último, otra observación: la de aquellos colegas que relatan cómo, tomar algunas notas de
sus pacientes, entre uno y otro, o bien al final del día, tiene un efecto vivificante, como si la
mejor forma de descansar no fuese hacer nada, sino hacer otra cosa y, si es de acuerdo con
un deseo, mejor.

De acuerdo con estas consideraciones, el cansancio hasta pareciera tener una función
virtuosa en la práctica del psicoanálisis. Quizá haya una satisfacción en el cansancio que
sería necesario explorar alguna vez. No tengo dudas de que la hay, como también existe el
goce del aburrimiento.

Recuerdo el caso de un paciente, que también trabaja como analista, que tuvo que elaborar cómo el tiempo que le daba al consultorio era solidario del tiempo que, de otra manera, consideraba muerto: si en soledad se aburría, ¿por qué no atender y hacer algo productivo? Hacer algo productivo es siempre una defensa (una regresión anal: hacer algo productivo tiene su modelo en hacer caca para la demanda de los padres), por lo que en el caso de este paciente-colega, lo significativo era el carácter autoerótico que tenía el quedarse solo, tiempo que, por lo general, mataba masturbándose. En efecto, en cierta etapa de su vida incluso sus masturbaciones concluían con unas ganas irrefrenables de ir al baño a defecar. En fin, le agradezco a este colega que me haya autorizado a escribir estas líneas, a sabiendas de que no es para hablar de él, de su singularidad, sino para transmitir una particularidad: que alguien puede hacer de la práctica del psicoanálisis una defensa
sintomática, esto es, algo que no puede dejar de hacer.

Resumo algunas ideas para concluir. El cansancio puede tener diversas fuentes, incluso
puede tener una función virtuosa. Asimismo, son diferentes las vías que sostienen el deseo
que hace que alguien se dedique a la práctica del analista, pero en cualquier caso, donde
hay un analista hay un deseo. Por último, el modo en que cada analista se relaciona con ese
deseo, depende de cómo lo haya tratado en su análisis.

Dr. Luciano Lutereau

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