Deseo y boicot

En este artículo trabajo sobre una coyuntura habitual de la adultez neurótica: aquella circunstancia en la que el deseo se enmudece, asumiendo el semblante de la obligación.

Siempre es importante saber dónde pone cada quien la cuota de creatividad con la que ha nacido.

A veces coincide con aquello de lo que se trabaja y se vive, otras no. De un modo u otro, luego de haber superado ciertas ansiedades de la adultez ( elegir trabajo, pareja, sostener una economía) es habitual el surgimiento de una encrucijada que bajo la forma de la pausa logra enfríar o enlentecer aquello que cada quien hace, incluso al punto de generarse la fantasía de que hasta el momento se ha elegido mal, o que un cambio es necesario, borrón y cuenta nueva.

En este punto, suelen aparecer impulsos que se experimentan como liberadores: abandonar uno de los trabajos, dejar un hobby, abandonar un deporte, dejar de leer o estudiar, cambiar un trabajo por otro, en fin, dar tumbos cambiando de objeto, como si de eso dependiera.

He allí una de las fantasías neuróticas más corrientes, que supone que la respuesta al conflicto estaria en el cambio de objeto y no en el tipo de relación que con el se sostiene.
Como consecuencia de estos actos disruptivos en apariencia saludables y una vez encontrada cierta pseudo-tranquilidad, se torna inevitable una sensación culpogena.

Un amigo decía una vez: “pude bajar un cambio, pero no debo descuidarme porque sino se convierte en pereza”. Es decir, un cambio que en apariencia estuvo destinado a liberar al sujeto de determinadas presiones lo hace, luego, temer los castigos asociados al desgano, la pereza o la falta de voluntad.
He allí la frágil frontera entre la libertad y el libertinaje, según este modo neurotico de existir.

Ese es el punto sobre el que me interesa pensar, es decir, hasta qué punto la neurosis, en tanto estructura psíquica saludable, produce un tipo de vinculo con las actividades y el trabajo que se encuentra psiquicamente condicionado por una escala de fantasías más asociadas al sacrificio que al placer de producir.

Se me ocurre entonces, pensar en aquellos que como consecuencia de su producción de conocimiento han cambiado el mundo: físicos, químicos, matemáticos, filósofos, ingenieros…¿puede uno imaginarse a los genios que inventaron las grandes cosas trabajando solo para no caer en el desgano, la abulia o la inmoral pereza?
Supongo entonces, que la dicotomía desgano-sacrificio suele esconder un vicio: saca del ámbito de las aspiraciones sociales aquello que se relaciona con el deseo, es decir, ese punto en el que bien sabemos que “no todos somos buenos para todo pero todos somos buenos para algo” y sin embargo, esta máxima no aplica a las existencias ordinarias en tanto las personas habitualmente no consiguen encontrar su propio tiempo de producción, de gestación de lo nuevo, ese punto en el que por fuera de lo obligatorio pueda aparecer esa chispa fenomenal que acontece cuando se puede pensar algo que ayer no se pensaba.

Ese el el punto que debemos objetarle al capitalismo, el sitio exacto en el que la obligación mata al genio que con sus bemoles y particularidades, existe en cada quien.
Dicho esto, creo que es tarea ética del psicoanálisis salir a la conquista de ese espacio personal en el que muchas veces la ansiedad, el malestar y la irritabilidad son la consecuencia de una vida cuya potencia se encuentra anestesiada, ese punto en el que la neurosis termina utilizando la fantasía de cambio de objeto (tarea) como una forma de evitar el encuentro con el deseo.

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