¿Qué es el Psicoanálisis Lutereano?

No hay analistas más o menos buenos o más o menos malos. Hay efecto analítico o no lo hay.
Quizá incluso en una lógica que es la del momento. Un momento en el que hubo analista y otro en el que no. Cuando aparece, ello acontece en una dimensión que no soporta gradientes. En todos los casos, el avance posible dependerá de lo que vuelva del lado del paciente y de la posibilidad de seguir siendo analista allí, en ese momento también.
Las condiciones de existencia del fenómeno analítico comprenden entonces una puja constante entre dos fuerzas opuestas que están presentes en el momento de la escucha: de un lado las fuerzas de la razón cartesiana tienden a poner lo que el paciente cuenta en los desfiladeros del sentido común, del ser, en una tendencia que fuerza a naturalizar y entender y que propone salidas fáciles, soluciones sencillas. Dar una palmada al hombro pero con palabras. No incomodar. Sostener el movimiento. Pseudo-analizar. Comprender.
Ya lo dijo Lacan: “el momento en el que han comprendido, en que se han precipitado a tapar el caso con una comprensión, siempre es el momento en que han dejado pasar la interpretación que convenía hacer o no hacer”.

El análisis, en cambio, es contraintuitivo, va en contra de las apariencias primeras y lleva, en cambio, a formular preguntas que orienten respecto de las coordenadas con las que se ha respondido a la pregunta por la posición sexual y sobre todo permitan visibilizar las fantasías que desde el fondo son garantía del síntoma: “Eso se ve claramente en los historiales freudianos, el síntoma como una respuesta al problema sexual. Para el Hombre de las Ratas, en definitiva, sus obsesiones son una respuesta a un problema que podría enunciarse de este modo: si finalmente va a aceptar tomar a una mujer como esposa, y en el caso de Dora, si va a seguir siendo la nena de papá o se va a convertir en la mujer de un hombre”. L. Lutereau. Los nombres del juego.
En conexión con esto último es que se activa el discurso psicoanalítico. Pararse en él, leer desde él y producir desde él. Revolución que busca desnaturalizar un padecimiento que el sujeto lee como obvio. Interesante paradoja: el sujeto viene a pedir ayuda para dejar un sufrimiento que, por otro lado, le parece inevitable. Pero si es inevitable, por qué viene? Porque lo que el sujeto lee como obvio no es el sufrimiento en si, sino sus razones y ellas están por lo general sostenidas en fantasías.

De esta contienda que parece tan obvia y evidente, el psicoanálisis se enferma todo el tiempo.
En este punto, analizar implica necesariamente tomar la posición de un niño frente al saber: rescatar la curiosidad y poder lograr sorprenderse. Sorprenderse? Si: frente al vacío conceptual implícito en toda escena clínica.
Hay todo un movimiento que busca la formación y la sobre formación del analista basado en conocer la teoría al dedillo para ver en qué punto la realidad clínica encaja en ella. Todo se traduce desde ella. Pero ¿que pasa con lo que ella no explica? Si eso que la teoría no explica no llega a ser visibilizado, corremos el riesgo de reducir el caso a una fotocopia más o menos desdibujada de algún concepto de Freud y Lacan. Pero eso no es un caso. Eso es forzar la teoría para que encaje. No estamos hablando del paciente. Estamos hablando de nosotros y de nuestro vínculo con el saber, que nos sostiene el autoestima, más o menos.
Un caso, para ser tal, necesita un punto de incomprensión que fuerce a una teorización personal. Sui géneris. Sino no es un caso. Esto es lo que quiero plantear.

Para poder analizar hay que poder dejar de adorar a Freud y Lacan para entonces hacer lo que ellos hacían: dejarse sorprender por la realidad y teorizarla desde el vacío de comprensión que ella siempre, en algún punto, implica.

Esta dimensión es clave porque esta asociada a salirse de la función defensiva que se rehúsa a mostrar el trabajo propio y conlleva a lograr, como analista, hablar desde un lugar propio. Esta es la última de las condiciones que quisiera mencionar hoy: no hay analista sin voz pública. El psicoanálisis mismo hunde sus raíces en una necesaria interlocución, porque justamente al teorizar sobre vacíos conceptuales se hace necesario un otro que aloje el pensamiento desde su escucha, su lectura y su intercambio.
Esta es, para mí, la clave del psicoanálisis Lutereano, que aporta en este sentido, y por fuera de su habitual certeza y profundidad teórica, la novedad de requerir como acto analítico en si, el pensamiento en tanto desconfianza inicial de la percepción conceptual, para desde allí, abordar el vacío.
Conocí allá por el 2012 a Luciano en un curso sobre juego que dió en la facultad de Psicología de la Universidad Nacional de Mar del Plata. En ese momento yo cursaba el segundo año de mí residencia en Psicología Clínica en el Hospital Privado de Comunidad. La multiplicidad de voces y la interdisciplina se conjugaban en un escenario en el que se hacía complejo poder ubicar que era lo que podía aportar de manera específica la voz de un analista en un hospital general.
Este curso de Luciano me permitió encontrarme con eso. Un curso sobre el juego en los niños, cuyos conceptos centrales se encuentran en el libro “Usos del juego” del mismo autor. Conceptos que me sacaron del eje descentrado en el que venía para encontrarme con un psicoanálisis que no renuncia a si mismo en ningún momento. En este libro, que hoy vuelvo a leer con el mismo entusiasmo que ayer, uno se encuentra con una mirada sobre el juego infantil absolutamente novedosa: el mismo es leído a partir de considerarlo, según sea el caso, complementario a un circuito pulsional específico, es decir, se trata de un libro que luego de una descripción del modo de acceso a la experiencia de juego que determina la constitución de una lógica de resto y repetición, muestra que esta estructura se diversifica en las cinco distintas formas del objeto a.
Esto me permitió en su momento recuperar de manera plena una mirada específicamente psicoanalítica, ya que me llevo a ubicar muchas escenas en las que, usando terminología psicoanalítica se cree que se está diciendo algo y no se se está diciendo nada: madres estragantes, goce como el equivalente de cualquier cosa excesiva. Escenas en las que cosas que se podrían decir de un modo sencillo se dicen de un modo teóricamente complejo y lo peor del caso es creer que eso que se dice, es el caso.
Esto es para mí el psicoanálisis Lutereano, un psicoanálisis que no necesita crear neologismos para tener un método propio: el de volver a la clínica freudiana a través del abordaje del vacío conceptual que toda escena clínica implica poniendo en acto novedad de pensamiento. No es fácil, por supuesto, y requiere reconocer la deuda con aquel a partir del cual uno piensa. Creer que se puede pensar solo es un síntoma tan grave como creer que ninguna idea es propia.

Termino este texto, afirmando que el autor del que hablo no debe estar de acuerdo en que su abordaje es lo que yo digo que es; pero como dijo alguna vez Alejandro Sanz “las canciones las termina de escribir el que las escucha”.

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